CARLA BLEY (1938-2023)



    Ha muerto Carla Bley. Se fue su larga cabellera rubia y como electrificada, con aquel fleco que le tapaba los ojos. La Flor Carnívora que dirigía a su big band desde el piano con discreción pero indiscutible autoridad. Tenía 87 años, nació el 11 de mayo de 1938 y su muerte ocurrió el 17 de octubre de 2023. A lo largo de los muchos años de su carrera se destacó como compositora, arreglista formidable, pianista y organista, creadora de un lenguaje musical único. Su discografía es gigantesca no solamente por la cantidad sino por la calidad, tanto en sus propios proyectos como en colaboraciones con otros; lo mismo en agrupaciones numerosas que en ensambles pequeños, duetos o tríos. Nos dejó mucha tarea: montones de grabaciones para escuchar, toneladas de música por analizar, diseccionar pero, sobre todo, disfrutar.
    Su nombre original fue Lovella May Borg. Nació en Oakland, California. A los 15 años abandonó la escuela y la casa familiar y se fue a tocar en bares de la costa oeste. Primero se cambió el nombre por el de Karen Borg, después Carla Borg. Luego se mudó a Nueva York, ahí conoció al pianista canadiense Paul Bley con quien se casó y, de acuerdo con la extendida costumbre norteamericana, adoptó su apellido. Luego de una rica época de colaboraciones, Paul y Carla se separaron y ella emprendió sus propios proyectos, siempre audaces.
    Inquieta, arriesgada en sus arreglos y fina en sus composiciones, Carla Bley ha sido un referente en la historia del jazz. Ha evolucionado, a veces con cierta brusquedad: del free jazz, a la fusión de géneros; de cierta experimentación al jazz rock y otras cosas, siempre con buen gusto y sofisticación. Hay que destacar de manera especial su papel como directora de proyectos, como una especie de catalizadora de las ideas colectivas y descubridora de talentos instrumentales. Pero no hay una sola Carla Bley: no es la misma aquella a quien Paul Bley le grabó muchas composiciones en los años sesenta con un aire muy free y acaso un poco cerebral que aquella de las ambiciosas colaboraciones con Michael Mantler o la arreglista de la Liberation Music Orchestra o la que grabara un montón de discos íntimos con su cómplice Steve Swallow. Pero al mismo tiempo sí es siempre la misma pues su espíritu se identifica con claridad en todas las etapas: es ella, la Carla inconfundible y siempre original que, sin embargo, no fue nunca avara al reconocer sus influencias y amores, entre ellos Thelonious Monk, Kurt Weill, Nino Rota.
    Entre las aportaciones importantes de Carla Bley menciono la Jazz Composers Orchestra que formó con su segunda pareja, el trompetista vienés Michael Mantler, y que fue un verdadero laboratorio por donde pasaron algunos de los instrumentistas más destacados del jazz de su tiempo: Cecil Taylor, Don Cherry, Roswell Rudd, Pharoah Sanders, Larry Coryell, Gato Barbieri, por citar a unos cuantos. De esa época, 1971, viene una especie de ópera llamada Escalator Over the Hill, con textos del poeta Paul Haines, que muchos consideran un parteaguas en la historia del jazz. Aquella Orquesta fue, además una asociación que buscaba difundir música interesante que las grandes compañías despreciaban. Ello llevó a la creación de su propio sello discográfico, Watt, que a partir de entonces se convirtió en la distribuidora oficial de su música. También hay que citar su colaboración con el ya fallecido contrabajista Charlie Haden en la Liberation Music Orchestra, fundada en 1969 y donde ambos exploraron con completa libertad las posibilidades de hacer música con trasfondo político abiertamente de izquierda retomando, por ejemplo, canciones de la guerra civil española. Esas grabaciones ponen aún hoy la piel de gallina.
    Y es necesario también mencionar su enorme labor como arreglista. Fue ahí donde redefinió la sección de metales con una gracia, una intensidad y un humorismo sin precedentes; además le dio un insólito relieve a instrumentos más o menos desaprovechados como la tuba y el trombón que con frecuencia se volvieron los protagonistas de su música. Sus grabaciones en concierto son ejemplares para apreciar el espíritu juguetón que prevalecía en sus interpretaciones.
    Aunque Carla Bley fue una notable pianista, en sus ejecuciones nunca había alardes excesivos, y en sus piezas prefería siempre dejar el protagonismo a otros instrumentistas mientras ella se mantenía atrás, discreta pero sorprendente con sus giros armónicos y su enorme musicalidad no exenta de sentido del humor, como lo ejemplifica su canción I Hate to Sing, donde afirma, cantando, su odio por cantar. O su pieza Reactionary Tango, llena de guiños y, al contrario de lo que dice su título, auténticamente revolucionaria en su manera de abordar ese género. O por ejemplo, Baseball donde toma como punto de partida el motivo de órgano que suele usarse en los estadios de beisbol. O The Piano Lesson, donde parte del sonido de alguien estudiando de manera errática una escala en el piano.
    Son célebres los proyectos de Carla Bley para orquestas grandes y ensambles numerosos, pero también le interesó, sobre todo en los últimos años de su vida, el trabajo con grupos pequeños. Ahí está el disco Fancy Chamber Music de 1998; aquel otro con el trompetista italiano Paolo Fresu de 2007; y hasta una insólita grabación de villancicos navideños del año 2009, con sensacionales arreglos para grupo de metales.
    Carla Bley nunca tocó en México. Alain Derbez, autor del extenso texto Mis Noches con Carla Bley, me cuenta que una vez conversó con ella en Estados Unidos y Carla le aseguró su interés por tocar acá, cosa que nunca se concretó. También me platica que Charlie Haden, en una entrevista, le dijo que se planeaba un concierto de la Liberation Music Orchestra en México, pero tampoco sucedió. A mi me consuela al menos haber escuchado a Haden a dúo con el pianista Gonzalo Ruvalcaba en el Teatro Degollado de Guadalajara, una noche excelsa.
    Sus dos cómplices favoritos en su última época fueron su tercer marido, el bajista Steve Swallow -con quien venía haciendo discos intimistas desde mediados de los ochenta- y el saxofonista Andy Sheppard. Los últimos tres discos que grabó en vida la compositora los hizo con ellos dos. Auténtica música de cámara de instrumentación económica: piano, bajo y saxofón, que contrasta con la exuberancia instrumental de algunos de sus proyectos previos. Pero la lista de sus colaboradores a lo largo de los años es muy larga y siempre han estado cerca de ella instrumentistas de talento gigantesco a quienes ella misma ha buscado con intuición, buen ojo y oído.
    Precisamente fue Swallow, el compañero de Carla Bley, quien informó sobre las causas de su muerte: complicaciones de un cáncer cerebral que le habían diagnosticado unos años antes. El obituario del New York Times, al día siguiente de su muerte, decía con buen tino que durante su prolífica carrera Carla Bley escribió elegantes composiciones que se convirtieron en standards de jazz como Ida Lupino; piezas de cierto carácter cinematográfico, como Fleur Carnivore; arreglos iconoclastas de himnos nacionales y piezas clásicas; y música inclasificable como su ópera Scalator Over the Hill.
    Queda el recuerdo de esta enorme creadora de quien por fortuna podemos escuchar muchísima música que dejó grabada, tanto en sus propios proyectos como en colaboraciones con otros artistas que seguramente hoy lloran esta enorme pérdida. Descanse en paz Carla Bley.

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